Y a veces quisiera
tener esa voz potente y diáfana
para contestar a tus quebrantos
y no quedarme muda, ninguneada
tan pequeña que, casi podría desaparecerme
entre tus gritos.
Tener esas palabras con las que rebatirte
en el momento justo
y no después, cuando tú ya no estás
para escucharlas.
Pero no.
Mi voz desaparece en mi estómago
y se queda allí pesando
sin hacer la digestión
mientras me duele y me araña
las entrañas,
como un gato revolviéndose
en un saco.
Rosa M.